Escena
1
Una habitación con luz cálida y tenue. Es un living. Hay
una mesa con una máquina de escribir arriba y además una caja de costura, tiene
un atril para bordar y muchos hilos de colores de bordado. Alrededor de la mesa
hay 4 sillas. Al lado hay un sillón y al lado del sillón un equipo de música y
varios cds desparramados en el piso.
Parada
adelante hay una chica, Mara
Mara:
Hace tiempo que ya hacía el mismo camino. No era el que
más le convenía para volverse del trabajo, porque era muy largo, pero era el
que ya hacía por costumbre. Una costumbre que la tenía atontada, una costumbre
que no le servía. Era parte de algo tonto de lo que no podía escapar y que ya
era una costumbre.
Se desviaba para pasar por la esquina la casa
de su ex novio. Lo seguía haciendo porque ya se había acostumbrado y era ese el
camino para volver a su casa, ya no buscaba encontrárselo. Pero ella sabía que
era mentira porque el camino que seguía haciendo la llevaba a la esquina de la
casa de su ex novio y no importara lo que dijera o lo que se dijera, ella
pasaba por ahí.
No sólo repetía el camino, si no que también
ya sabía perfectamente qué le iba a decir. No podía hacerse la sorprendida,
esto era la vida real, no una película en la que ella iba a quedar como una
torpe tierna y él se iba a derretir y recordar lo que tanto le gustaba. Tenía
que ser directa y hasta confundirlo un poco.
“¿Querés un pucho? Vamos a caminar”
Siempre que se peleaban salían del
departamentito ese en el que vivían y caminaban una vuelta manzana en silencio,
compartiendo un cigarrillo. Después volvían al departamento y recién en ese
momento decidían si querían hablar de algo o querían hacer el amor, o ver una
película o simplemente seguir enojados. Por lo menos decidían detener el tiempo
y después seguir.
Ella quería encontrárselo y detener el tiempo
como cuando estaban juntos. Pero no estaban ya más juntos. Ella no quería estar
con él, quería hacer muchas cosas con él y muchas otras no, como la canción que
le canta Ale Sergi a Andrea Rincón, que le dice que la extraña pero no tanto.
Sin embargo, ella pasaba por su casa porque
era una constumbre tonta y cómoda, porque era mejor esperar por siempre que se
vuelva a detener el tiempo por una casualidad forzosa que hacer un nuevo camino
para volver a su casa.
Era Mayo y era otoño. Qué linda que era la
esquina de su casa cuando era otoño. Caminaban por ahí cuando ella se aburría
de estar encerrada en la casa, en la cama. Cuando era sábado de frío y sol.
Era sábado y no estaba volviendo del trabajo,
pero hacía frío y había sol y se estaba fumando un puchito, estaba pasando por
la esquina de su casa. Se lo encontró. ¿Si no para qué hubiera contado todo
esto?
Se lo encontró y él la encontró a ella. Qué incómodo. Tanto tiempo sembrando
inconscientemente este momento y no quería estar ahí. Prefería estar en el
limbo, en la espera, en la búsqueda de la nada misma que haberse encontrado con
eso que tanto había buscado. Se lo había encontrado y ya después de ese día iba
a tener que dejar su cómoda costumbre.
“¿Querés un pucho? Vamos a caminar”
“Dale”
Abrió la cartera, sacó la caja de Malboro y
se dio cuenta que se acaba de fumar el último. No tenía pucho ni ya podía
volver a detener el tiempo.
Esta es la historia de Vicky. De Vicky y de
su ex novio Marcos.
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