martes, 31 de julio de 2012

No es cuestión de mujeres.

Recaer en obviedades es fácil porque claramente hay un patrón. No está bueno estigmatizar, ni generalizar, tampoco hacer una discriminación en base a eso, pero a la hora de dejar algunas pautas claras, tal como lo quiero hacer yo, me parece imposible hacerlo de otra manera más que a traves de los estereotipos que ocupan la escena hoy en día.
El sexo masculino se queja de la poca simplicidad que tenemos las mujeres para pedir, para decir las cosas, para expresarnos, etc. Es un tómalo o déjalo. La simplicidad se relaciona con la utilidad, la efectividad, el pragmatismo y casi ni hay que aclarar que nada de todo eso puede caber dentro de lo que significan las relaciones humanas.
Me gustaría que lo que voy a plasmar a continuación sea interiorizado por los hombres, todos y cada uno de ellos, cualesquiera que sea el rol que cumplen en la vida de una mujer, siguen siendo hombres y siguen relacionándose con una mujer.
Afirmar que cuando la mujer dice "no" es "sí" es caer en simplificaciones positivistas. Este mito puede llegar a ser aplicable, pero precisa de un análisis previo. Hay que saber leer la situación, entender si hay tensión en el ambiente y por sobre todo entender qué es lo que se le pregunta u ofrece a la mujer. Ese "no" que puede llegar a significar un sí, significa la necesidad de que nos indaguen, pregunten, lo que sea; varias veces porque no es fácil plasmar lo que a uno verdaderamente le pasa, o quiere, o necesita. Y cuando una se enoja porque el hombre se queda con la primera respuesta, es porque nosotras sabemos que el hombre sabe que pasa algo y también sabemos que le da pereza, desgano, fiaca, una paja terrible. Pero es así, como sabemos que cualquier tipo de pedido, sentimiento, pensamiento les van a generar ganas de meter la cabeza adentro de una maceta, nos es dificil decir "sí" en vez de "no" generando esta especie de burocracia en las relaciones humanas.
Por lo tanto, no es cuestión de mujeres, es cuestión de relación y de dinámica.

lunes, 9 de julio de 2012

Muertes impensables

Hay personas en la vida que son irreemplazables. Evitando imágenes lapidarias, no me refiero, ni a una madre, ni a un padre, ni a un familiar, ni siquiera a alguien que queramos profundamente. Me refiero a aquellas personas que cumplen más bien un rol, una función, un papel, que mucho otros podrían cumplir pero que no sería lo mismo, porque no solo cumplen un rol, también son personas con sus singularidades individuales que hace que uno los elija día a día para cumplir ese rol.
Por ejemplo, Melina, mi psicóloga, qué sucedería si un día de repente desaparece (para no usar la temida palabra con M) ¿Qué es lo que yo debería hacer? ¿Cómo lo debería afrontar? Tendría que hablarlo con alguien, por ejemplo, mi terapeuta, pero ¿cómo hablar de la muerte de mi terapeuta con mi terapeuta?. ¿Debería conseguir un nuevo terapeuta?
O por ejemplo, la mismísima Amanda, mi depiladora, tú depiladora. Muchos dirían que nada más es una depiladora, que ese trabajo lo puede hacer o Betina o Ruth. Pero la verdad es que Amanda fue mi primer depiladora y aquella a la que acudo cuando hay que accionar sobre partes específicas de mi cuerpo. ¿Qué sucedería si un día Amanda desaparece? Sería dificil afrontarlo, pues si me preguntasen quiénes son aquellos que conocen mejor tu cuerpo, mi respuesta sería: mi novio y por supuesto, mi depiladora. No es tan fácil reemplazar este tipo de vínculo, este tipo de cercanía, este tipo de confianza arraigada simplemente en acciones tales como la depilación.
Afrontar la muerte de estos seres emblemáticos en la vida de uno, los cuales no es que son destinatarios específicamente de nuestro amor, sino más bien, parte de un lazo único e irreemplazable, debe ser desconcertante.
Es impensable  la desaparición de estas personas que son parte de nuestra cotidianidad, pero de tan impensables que son, creo que nadie estaría preparado para que ocurra.
Tanto las depiladoras, como las psicólogas, como aquellas personas que pertenecen a nuestro pequeño mundo de rutinas y rituales, deberían ser inmortales.


domingo, 1 de julio de 2012

DECIR "Mi vida es una mierda"

La vida es dura. Durísima. Nos hace morir y volver a nacer más de las permitidas. Nos hace desilusionarnos de nosotros mismos más veces de lo que el autoestima podría soportar. Nos hace vincularnos con personas que después vamos a perder. Nos hace esforzarnos día a día por algo que no sabemos qué es. Y lo peor de todo es que quejarnos no soluciona nada.
Parecería que la queja está instalada desde siempre y para siempre. Es automático, es como un dispositivo que se dispara en aquel momento en el que la vida nos juega algo en contra que nos hace quejarnos. Quejarnos y nada más. Manifestar al mundo lo horrible que es nuestra vida cuando el mundo también tiene una vida horrible. La queja se queda solo en las palabras. Palabras que no tienen un claro destinatario. ¿Un otro? ¿Uno mismo? ¿Dios?
Personas que se quejan. Este comunicado es para ustedes:
La queja anula la capacidad de acción. La queja es quedarse en las palabras y profundizar la desilusión de esa, cualquier cosa, que nos haya molestado. La queja es tener una concepción de la realidad naturalista. El que se queja vive la vida, ve la realidad de una forma y no hace nada al respecto solo se atiene a decir "Mi vida es una mierda". Bueno, vos sos un inútil.
 El quejarse debe tener algo que ver con resabios que nos han quedado de aquellas sociedades comandadas enteramente por la religión cristiana. Las cosas eran de una forma y no de otra porque Dios así lo concebía. Desde esa perspectiva se entiende la queja, porque qué se puede hacer si el único que tiene la capacidad de transformar las reglas del juego es Dios. Ya han matado a Dios. Federico lo ha matado, y sin embargo la queja sigue estando más que vigente.
Ustedes, quejosos, por más revolucionarios que puedan ser en sus ideas, si se les cayó la tostada y lo único que pueden hacer es aullar "mi vida es una cagada", lamento decirles que tienen a Dios y a todos sus secuaces más adentro de lo que creían.
La queja naturaliza, elimina la capacidad de acción y los hace inútiles.
Dejemos de quejarnos y hagamos algo para que la vida no sea una mierda.