Esa preocupación por no querer ser obvio, por no querer ser
un tipo ideal más, por no querer ser un cliché es un miedo que muchos tienen
hoy en día. Parece que la originalidad y aquello que cuenta con la característica
de ser único son valorables en los humanos. Somos todos humanos pero cada uno
tiene su singularidad. Sin embargo, pienso que ese ser obvio, ese tipo ideal,
ese cliché por algo son eso. No salieron de la nada, de un invento, salieron de
la humanidad misma. Es decir que no sólo nuestras características netamente
biológicas nos dan la condición de humanidad: organizamos pluricelulares,
reproducibles, mamíferos, de la especie homo sapiens sapiens. La humanidad es
también dada por esas sensaciones que son un cliché, porque no le pasa a todos
pero le pasa a una gran parte y porque le pasa a una gran parte ya es un hecho
social. Los clichés, lo obvio, son simplemente una forma de catalogar a una
parte.
En realidad yo sólo
quería escribir sobre algo que me parecía un cliché y de alguna forma, por esa
necesidad típica ideal de querer ser
singular, me tuve que justificar entendiendo de dónde viene la necesidad de escribir sobre algo que ya
muchos han escrito, algo sobre lo que ya muchos han sentido, sobre algo que fue
tan obvio, tan románticamente obvio, en el sentido histórico de la palabra, que
ya no se habla mucho de eso.
Sentir excitación por un cuadro. Por una pintura y pensar
cómo en la mente y todo lo que se encuentra ahí inmerso también están aquellos mecanismos
que pueden generar excitación, que se podría pensar que deberían ser solo del
área de lo biológico porque tienen que ver con la necesidad de reproducción de
la especie.
Fue cuestión de haber tenido dispuestos los sentidos y
entregada sin restricciones a los estímulos que implican ver pinturas para
sentir cómo una de alguna forma me atravesaba, me conmovía pero sin saber muy
bien por qué, porque no sé nada de eso, porque no sé de materiales, de
técnicas, de colores, porque la ignorancia me permitió sentir muy fuerte sin la
urgencia de buscar una explicación que sustentara todo aquello que me
pasaba. Me conmovieron los colores y los
cuerpos que estaban pintados, me estimuló que sea tan diferente a lo que estaba
acostumbrada a consumir por el simple hecho de que me lo ponían en frente mío.
Esta vez yo había decidido y me había tomado el trabajo de colocarme en frente
de esa figura, en ese lugar, de buscar algo diferente al continuo de imágenes
que aparecen una detrás de otra.
Volví a mi casa, consciente de mis tetas porque no tenía
corpiño y hacía mucho frío, inquieta por lo erótico que me había resultado todo lo que había vivido. Erótico para mí
sola, en la intimidad de mi mente, pero compartiendo con otros un mismo lugar,
un mismo recorrido, un mismo tiempo, pero no sé si las mismas sensaciones
porque eso es propio, es del orden de lo oculto. Erótico en el sentido de
gestación del deseo, de intriga, de sed, de entender que los explícito no deja
nada por descubrir y que lo que yo había
visto había sido la sutileza de cómo creaban el deseo antes, porque la pintura
fue pintada antes de ahora, mucho antes.
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