miércoles, 8 de junio de 2016

Fragmento 1.



Escena 1

Una habitación con luz cálida y tenue. Es un living. Hay una mesa con una máquina de escribir arriba y además una caja de costura, tiene un atril para bordar y muchos hilos de colores de bordado. Alrededor de la mesa hay 4 sillas. Al lado hay un sillón y al lado del sillón un equipo de música y varios cds desparramados en el piso.
Parada adelante hay una chica, Mara

Mara: Hace tiempo que ya hacía el mismo camino. No era el que más le convenía para volverse del trabajo, porque era muy largo, pero era el que ya hacía por costumbre. Una costumbre que la tenía atontada, una costumbre que no le servía. Era parte de algo tonto de lo que no podía escapar y que ya era una costumbre.
Se desviaba para pasar por la esquina la casa de su ex novio. Lo seguía haciendo porque ya se había acostumbrado y era ese el camino para volver a su casa, ya no buscaba encontrárselo. Pero ella sabía que era mentira porque el camino que seguía haciendo la llevaba a la esquina de la casa de su ex novio y no importara lo que dijera o lo que se dijera, ella pasaba por ahí.
No sólo repetía el camino, si no que también ya sabía perfectamente qué le iba a decir. No podía hacerse la sorprendida, esto era la vida real, no una película en la que ella iba a quedar como una torpe tierna y él se iba a derretir y recordar lo que tanto le gustaba. Tenía que ser directa y hasta confundirlo un poco.
“¿Querés un pucho? Vamos a caminar”
Siempre que se peleaban salían del departamentito ese en el que vivían y caminaban una vuelta manzana en silencio, compartiendo un cigarrillo. Después volvían al departamento y recién en ese momento decidían si querían hablar de algo o querían hacer el amor, o ver una película o simplemente seguir enojados. Por lo menos decidían detener el tiempo y después seguir.
Ella quería encontrárselo y detener el tiempo como cuando estaban juntos. Pero no estaban ya más juntos. Ella no quería estar con él, quería hacer muchas cosas con él y muchas otras no, como la canción que le canta Ale Sergi a Andrea Rincón, que le dice que la extraña pero no tanto.
Sin embargo, ella pasaba por su casa porque era una constumbre tonta y cómoda, porque era mejor esperar por siempre que se vuelva a detener el tiempo por una casualidad forzosa que hacer un nuevo camino para volver a su casa.
Era Mayo y era otoño. Qué linda que era la esquina de su casa cuando era otoño. Caminaban por ahí cuando ella se aburría de estar encerrada en la casa, en la cama. Cuando era sábado de frío y sol.
Era sábado y no estaba volviendo del trabajo, pero hacía frío y había sol y se estaba fumando un puchito, estaba pasando por la esquina de su casa. Se lo encontró. ¿Si no para qué hubiera contado todo esto?
Se lo encontró y él la encontró a ella.  Qué incómodo. Tanto tiempo sembrando inconscientemente este momento y no quería estar ahí. Prefería estar en el limbo, en la espera, en la búsqueda de la nada misma que haberse encontrado con eso que tanto había buscado. Se lo había encontrado y ya después de ese día iba a tener que dejar su cómoda costumbre.
“¿Querés un pucho? Vamos a caminar”
“Dale”
Abrió la cartera, sacó la caja de Malboro y se dio cuenta que se acaba de fumar el último. No tenía pucho ni ya podía volver a detener el tiempo.

Esta es la historia de Vicky. De Vicky y de su ex novio Marcos.

viernes, 3 de junio de 2016

Tener fe

Envolver el cuerpo, frasco de todo lo otro que no es cuerpo, entre las sábanas; enredarse en el sueño de no querer nunca salir del nudo que sin querer se generó entre las piernas y las telas y el colchón que nadie quiere tocar, porque así nos eseñaron, el colchón no se toca. Como la camiseta que no se mancha, o como la teta que sí se toca.
Mirarse al espejo, pensar en la idea de reflejo, pensar que nunca me voy a ver a mí misma. Siempre un reflejo, siempre mediada por un objeto, por otro, por una mirada, por un lente. La angustia de pensar que tal vez nunca me conozca.
Entonces, qué yo es más yo.Es una pregunta.  El del espejo, el del reflejo sobre la cuchara, el de los ojos del que me mira con amor, y el que ni siquiera me mira. Esa también soy yo.
Salir envuelta, con capas, como si fuera una cebolla, generando un mecanismo que no deje filtrar ni una gota de ese aire frío que es húmedo y por eso se filtra, porque en el aire hay agua, el aire es agua que se condensa y toma la forma de gotitas. Como las lágrimas que también son gotitas. Tal vez adentro del cuerpo también existe el proceso de condensación y el llorar no es más que eliminar el agua que inhalamos en forma de aire. Como la serie que veo en la computadora que explica habla sobre astrofísica. Yo vi Breaking Bad, pero me gusta más la serie de la astrofísica. Tal vez porque tiene que ver más con las ideas que con la vida real, porque al fin y al cabo, todo lo que me explicaron sobre el universo es en realidad una teoría que en el algún momento puede ser refutada por una nueva teoría. Vivimos en una forma de entender el mundo. Hay otras. La gravedad es una forma de entender el mundo. Como el psicoanálisis y el padre y la histeria y el Edipo. Ni hablar de la pregunta constante del ser mujer, porque como no tengo falo, ¿qué tengo?
Es cuestión de tener fé en la ciencia. De tener fé con el corazón pero desconfiar un poquito, como con las personas, porque la ciencia es una persona. O al menos es creación de personas, con eso ya me basta.
Porque las amo. A las personas. Amar al ser humano y a cada uno con su humanidad. Fascinantes somos, tanto que decidimos creerle a cualquiera que nos explique qué tenemos, qué somos, qué tenemos que hacer.

“Tranquilizate, no te vuelvas loca pensando” Me dicen mucho. Mejor si me vuelvo loca pensando que por no poder pensar. Me parece. No sé.