jueves, 4 de abril de 2013

Uno mismo.

Está en el común de todos nosotros pensarnos como personas que tienen un nombre propio, un cuerpo, un modo de pensar, gustos propios, modos de pensar no únicos pero que sí nos pertenecen. Cada uno de nosotros tiene muy en claro quién es uno mismo. Todos somos diferentes y todos somos individuales.
Lamento destruír el ego de cada uno de nosotros pero no estamos solos y somos únicos pero también estamos, convivimos, nos relacionamos con otros. ¿Adivinemos qué? Los otros son los que nos pusieron el nombre que hicimos propio, los que nos permiten ser concientes de que tenemos un cuerpo, de los que tomamos cuestiones para pensar, los que nos mostraron las cosas que nos pertenecen. Las personas convivimos y nos apropiamos de lo que "el otro" nos brinda. Somos uno porque estamos con otros.
Perdernos en el otro es, a fin de cuentas, encontrarse con uno. Descubrirse.
Amarse es dejar que los otros te amen y se descubran a medida que vos te descubris.
Uno existe a través del tiempo y el tiempo es dinámico. El tiempo pasa, es lo único que no para y es lo que permite que las cosas no se queden estáticas. Pretender eso es vetar la expontaneidad.
Las personas nos cambian a través del tiempo. Nosotros cambiamos a la personas a través del tiempo. Uno cambia y así se encuentra constantemente. No permitirse al cambio es aferrarse a un pasado, a un momento que ya pasó porque el tiempo pasa constantemente. Aferrarse al pasado es la mejor forma de detener el tiempo pero también es la mejor forma de perderse y no encontrarse más.
Porque, ¿Quién puede encontrarse en un presente constante si se busca a uno mismo en un pasado estático?

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