viernes, 11 de noviembre de 2016

No me sale jugar a ser adulta.

Amanecer con sol un poco nos obliga a ser más felices. Hubo tanta lluvia que llorar cuando hay luz, casi que es de malcriada, me da culpa y me siento un poco desagradecida. Todo eso me pasa con los días como los de hoy. Sin ánimos de sentir todo eso, me desperté tarde e hice todo apurada pero feliz porque la culpa judía ante y sobre todo. Me hice un termo de cafeína y jugué un poco a que era una persona adulta, apurada, con muchas cosas y un café que un poco se vuelca; de haber tenido plata hubiera parado un taxi y directamente me hubiera sentido en Nueva York. Muchas veces pienso que las películas te hacen ver ese tipo de vivencias como el principio de lo que será una historia de amor con un final feliz. Una mujer torpe, apurada, intentando sobresalir laboralmente pero que justo está en un momento en el que todo le sale mal es el principio perfecto para una comedia protagonizada por Sarah Jessica Parker y algún actor que tenga una linda cara simétrica. Entonces, a veces me gusta sentirme así, o tal vez la estoy pasando medio raro pero recurro a la vida las películas para pensar que después viene el final feliz y que solamente soy una atolondrada que está por vivir una historia espectacular con un par de escenas graciosas, un momento de desamor fuerte y finalmente la corrida y el encuentro que cerrará con un beso. Tal vez debería hacerme cargo del mal humor de despertarme temprano, de llegar tarde y de no tener un peso, ni saber manejar, y de no poder superar mi miedo a la bicicleta. No lo puedo superar, mis peores golpes fueron con ella y me da miedo que me pise un auto, el mismo miedo que me da andar en patines sobre hielo y que el filo del patin me corte los dedos de la mano porque seguro me caigo, apoyo la mano y justo me la cortan.
Vine al trabajo y me senté en la computadora, abrí mil pestañas con mil excells,  con millón de cuadraditos y espacios vacíos por llenar con datos. Espacios vacíos que al ser llenados me dan mucho placer y me hacen sentir que tengo todo organizado y bajo control. Pero en realidad solo organicé una pestaña del excell, me faltan cinco y cuando organice las que me faltan tampoco sería que tengo todo organizado. Entonces, miro por la ventana que está arriba de mi compu y me doy cuenta que estoy pensando en otras cosas, que estoy en ese momento  en el que me doy cuenta que me gustaría estar cultivando frutas y verduras, o que me gustaría estar en mi taller pintando o escribiendo una novela que revolucione la literatura, como Umberto Eco y El Nombre de la Rosa.
En medio de la vigilia me llega un mensaje de Melina y me dice si al final podemos quedar para el martes. Ay, no puedo el martes porque saqué turno para un tratamiento de belleza. Tratamiento que me gusta pero que cuando me pongo fundamentalista del feminismo no. Pero me gusta más que los fundamentos y me parece más relajado hacerlo y aceptar mis propias contradicciones que luchar contra toda la sociedad a través de la no depilación. No gracias. Lucharé desde otro lugar. Le tengo que decir a Melina que si bien habíamos quedado que quizá nos veíamos el martes, me habían ofrecido ese turno. Pero le dije que me deje ver a ver si me daban otro turno. El turno es para dentro de dos semanas. No quiero estar dos semanas más sin el tratamiento pero me siento medio tonta diciéndole a Melina que no puedo porque tengo que ir a un centro de estética. ¿Y si le miento y le digo que es un médico? No, es mi psicóloga, no le voy a mentir. Bueno, le explico todo por whatsapp.  Letras infinitas, oraciones llenas de comas, explicación  inmensa por celular y su respuesta fue: “Ok, dejame ver si tengo otro horario” Me hizo el corte por celular la muy viva.
Me hizo el corte y me tuve que ir a llorar al baño del trabajo porque siento las cosas de forma exagerada. Nada más.

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