jueves, 24 de septiembre de 2015

Fuimos lo más hermoso de Buenos Aires

Hay un momento que empezas a pensar que escribir cuando estas triste es medio obvio. Es medio prematuro, tal vez un poco aniñado y catártico y un poco empezas a pensar que hacer cosas por catarsis es como los que dicen que hacen teatro porque es como su terapia. Rarísmo. No quiero ver una obra de teatro donde los actores simplemente estén adelante mío porque son pacientes de un tratamiento auto impuesto para…. ¿Para ser menos tímidos? ¿Para enfrentarse con el otro?. No puedo parar de pensar en qué obras de teatro fui a ver donde los actores en realidad no se sentían actores, sino que se estaban auto ayudando, porque en un época iba mucho al teatro. Mucho Camarin de las Musas, mucho Villa Crespo, mucho teatrito aledaño a la calle Corrientes. Eramos tan jóvenes. En realidad teníamos tantas ganas de pertenecer a la juventud. Esa juventud insurgente de los barrios de Chacarita y Villa Crespo. No eramos artistas pero estábamos ahí donde ocurría el arte, en las pequeñas salas, en esos bares de birra barata por el Abasto, en las paradas de colectivo donde estaban los que venían del conservatorio, en esos festivales de la calle donde tocaban percusión, en los antros de Chacarita donde bailábamos hasta el amanecer. Eramos muy chicos pero fuimos parte de ese arte que todavía no era. Escribíamos sobre la tristeza, sorbe los sentimientos. Pensábamos que hacíamos poesía y era una mierda. Queríamos cambiar el mundo y que nadie tuviera hambre. Fuimos lo más hermoso de Buenos Aires.
No trabajábamos, leíamos casi adictivamente, devorábamos el fernet a mordiscones, nos besábamos en cada esquina apasionadamente porque eramos adolescentes y todo eso que adolecíamos lo convertíamos en placer, como Jesús, o Dios, no me acuerdo, que convirtió el agua en vino. Convertíamos todo en vino. Eramos los hijos favoritos de Dionisio.
Pero en un momento empezamos a ironizarnos. A hacer chistes de todo. A burlarnos del arte, de la poesía  de mierda que hacíamos, de la música esa que tanto bailábamos y empezamos a escribir sobre cosas no tan tristes. 
Dejamos la catarsis, los sentimientos y  empezamos a escribir sobre lo pequeño, sobre lo que podíamos manejar. Nos dimos cuenta que en realidad es muy poco lo que podemos hacer. Dejamos de hacer poesía, dejamos de querer cambiar el mundo, dejamos de amarnos con locura y de besarnos desaforadamente en cada esquina hasta llegar a algún lugar donde pudiéramos coger. Empezamos a esperar a coger en las casas, o al día siguiente porque estábamos muy cansados. Dejamos de ser parte del arte de Buenos Aires porque decidimos que sufrir no era de snob.
Los sentimientos no cotizan, nos habrá dicho alguien. Qué boludez.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario